domingo, 7 de marzo de 2010

MUERTE

La música sonaba atronadora en su cabeza, en realidad estaba envuelto en un patético silencio, le quedaba una hora de vida, y lo sabía, hacía una semana que sabía el tiempo que le quedaba, exactamente, cada minuto que pasaba era un minuto menos hacía el final de su vida, se detuvo a pensar en todos los que habrían muerto en el intervalo de tiempo que suponían esos siete días, pensó en toda esa gente que habría muerto sin saber que les tocaba, en todas las desgracias repentinas que ocurrían cada día, en todos los que lloraban por los que se iban. Por él no iba a llorar nadie, se preguntaba como sería, llevaba mucho tiempo preguntándoselo, como afrontaría ese momento, si se comportaría con dignidad o gimotearía como un niño, si le dolería, si habría algo después, le gustaría saber que sí. Tenía que haber algo mejor que esto, si no, nada tenía sentido.
Había matado a tres personas, a tres desconocidos, todavía no sabía la razón, pero lo había hecho, y el castigo le parecía justo, aunque imbécil, nunca mataría a nadie más, los había matado, porqué los había visto maltratar a un crío, con una forma de abuso que lo desesperó, eran chusma, pero chusma adinerada, él había sido una persona intachable, en sus 27 años de vida, ni un problema. Estaba solo y eso le llevó a reaccionar como reaccionó, su hubiese tenido alguien que le importase no habría bajado a la calle y no les habría dicho que parasen, no se habrían reído de él, no le habrían dicho que iba a ser el siguiente y no les habría disparado, a los tres chicos, no los habría ejecutado en el suelo mientras agonizaban. El otro chico salió corriendo y de este nunca más se supo. Aún no entendía lo que había pasado, no estaba orgulloso, pero tampoco arrepentido, nunca había soportado a los matones...
Ahora en su celda, tenía tiempo para pensar en eso y en mucho más, durante una hora, ya solo le quedaba una hora, de tres años, llevaba encerrado tres años, uno hasta el juicio, y dos desde que lo habían condenado, y una semana desde que se fijó la fecha de la ejecución. Horca, como lo podían ahorcar, habían decidido que la forma más económica sería ahorcarlo, era el primero en ser ejecutado de esa forma en años, el primero de una larga lista se temía. Lo colocarían sobre una trampilla, con una soga al cuello, bien ajustada, con un precioso nudo corredizo, la trampilla tendría un resorte que se activaría desde una de las cinco palancas de las que tirarían a la vez cinco voluntarios, para que no supiesen quien lo mató de verdad. Cinco voluntarios de los seiscientos treinta y ocho que se habían presentado, para ser su verdugo, otra forma de ahorro, y demostrar lo importante que era la participación ciudadana en todo tipo de evento social.
Ya solo le quedaba media hora, media hora de vida, le habría gustado echar un polvo, y emborracharse, pero no era posible, podían matarlo, pero no darle alcohol, por lo menos podía fumar, siempre bajo vigilancia, no se fuese a suicidar y estropease la fiesta en que se iba a convertir su ejecución. No cenó, solo había tomado una coca cola de dos litros, no quería darse ningún gusto excesivo que le hiciese más duro el viaje.
Cuando faltaban veinticinco minutos vinieron a buscarlo, no había querido confesar, sintió un escalofrío, lo subieron a su cadalso particular, la música continuaba atronando en su cabeza, pronto pararía, le pusieron una especie de bolsa de tela, podían ver a un hombre colgado, pero no su cara desencajada.
Le pusieron la soga al cuello, no veía nada, pero sintió el murmullo de la gente, de repente escuchó un golpe debajo suya, y sintió como caía, hacia el vacío, hacia el infinito, se le partió el cuello, no sintió nada más...
Que cosas verdad? En fin, mañana más, besos

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