sábado, 2 de febrero de 2013

The End of The World (Part Two)

Tras arrojar la calabaza seguí corriendo hasta que no pude más, (unos cincuenta metros calculo yo), comprobé que nadie me seguía, y con el pelo pringoso por los jugos de la hortaliza me senté en un portal, me encendí un cigarrillo, y cuando por fin dejé de toser me puse a reflexionar.

¿Que estaba haciendo? ¿En que me estaba convirtiendo? Estaba en un portal de Huertas, con un cigarrillo en la boca, escapando de Paco Porras (¡Ahí es nada!). Dando pábulo a leyendas escritas por algún consumidor de hongos de América que llevaba muerto muchos siglos. Para ese sí se había acabado el mundo. 

Me levanté y comencé a caminar entre la gente, adolescentes buscando algo de diversión, algún despistado que no sabía por donde andaba, bastante chica guapa, algún borracho, aún era temprano, y en medio yo, con el pelo asqueroso y con cara de tarado, salí de las callejuelas y me paré delante de un escaparate, el reflejo  devolvía a un hombre venido a menos en el que solo destacaba una prominente mi tripa, es curioso en lo que piensa uno, hace un momento el mundo se acababa y ahora lo único que se acababa, y por un desafortunado reflejo entre Playmobiles, Legos, Barbies y demás, era mi mundo. 

Mientras admiraba mi reflejo, recreándome en el fantoche en que me estaba convirtiendo, pasó algo, un camión que pisó un charco deshaciendo el momento y al tiempo empapándome. Ahora aparte de gordo, deprimido y con el pelo pegajoso, estaba mojado y aterido.

 Empecé a llorar, volví sobre mis pasos, ahora mucho más rápido ya que la gente se apartaba a mi paso. Quería desaparecer y si el mundo se iba a la mierda que se fuese, que importa si se tiene que acabar casi mejor que nos vayamos todos juntos y no con cuentagotas, evitando todo lo que nos queda por sufrir y sin enterarnos. Que más daba todo.

De repente me encontré ante la enorme Catedral de La Almudena y escuché un coro desafinado que me sonaba bastante, delante de una de las puertas laterales había un par de Skins haciendo guardia, tenía que entrar, mi sexto sentido se activó. Ahí estaban o bien el fin del mundo o bien el principio de todo.

No tenía tiempo para utilizar los subterfugios que me habían hecho triunfar en tantas ocasiones, así que me alejé un poco para coger impulso y arrojarme contra los dos cancerberos (que referencia tan exquisita).

Estos arrojaron unas colillas al suelo, abrieron la puerta y entraron, parece ser que habían salido a echarse un cigarro y no a vigilar mi presencia.

Entré algo asustado, no sabía lo que me iba a encontrar dentro, por mi cabeza pasaron imágenes horrendas, terroríficas, mientras caminaba hacia la puerta me imaginaba a Aramis Fuster tumbada desnuda sobre el altar mayor mientras un grupo de frailes decrépitos hacían cola para copular, a esta le iban saliendo cuernos mientras el Cristo de la cristalera, cobraba vida y comenzaban una lucha que representaría el fin del mundo, mientra Paco Porras daba saltitos alrededor del altar lanzando todo tipo de hotalizas... en lugar de esto me encontré un ensayo general para la próxima misa del gallo, con un anciano obispo Antonio María que miraba hacia el coro de ancianas con honda preocupación al ver que no terminaban de entonar.

Salí, que estúpido había sido al creerme las batallitas que sobre el fin del mundo inundaban la prensa diaria y los noticieros, me fui a casa. Iba a disfrutar cada momento, porque a fin de cuentas uno no sabe nunca donde puede estar su fin del mundo particular.

Bicos otro día más.