jueves, 12 de noviembre de 2009

GRANDES ESPERANZAS

- Hola cariño, lo he conseguido, ha salido el trabajo, por fin
- Gracias a Dios.
Pedro y Marta se fundieron en un abrazo, y comenzaron a besarse, el paro se había cebado con él, ella mantenía su trabajo, pero apenas, les llegaba tras pagar la hipoteca, para cubrir gastos.

-Tu tío se ha portado, cariño, ha cumplido como un señor, llamó a su amigo y a pesar de que nunca he trabajado con estos motores, me han cogido, tu tío dijo, que más da, un pistón es un pistón. Y ya está, tengo trabajo para mucho tiempo, ya verás voy a cumplir como un campeón.
- Ya te lo dije tenías que haber hablado con él mucho antes, ay dichoso orgullo.
- Tienes razón, pero ya está, se acabaron las penurias, porqué el sueldo es muy bueno, y además todos los gastos cubiertos. Lo único malo, va a ser tanto tiempo lejos, pero así te cogeré con más ganas.
- Quien te lo iba a decir, tu que siempre has renegado de la pesca, mecánico de un barco.
- Si, y hasta tiene un nombre bien chulo.
- Como se llama?
- Alakrana...

Todo o nada

Hoy hace 15 años

lunes, 9 de noviembre de 2009

LA FOTO

Soy fotógrafo o mejor dicho era fotógrafo, sí, ahora estoy retirado, pero en el año ochenta y tantos, podías encontrarme en cualquier parte de este maravilloso mundo en el que hubiese una guerra, una catástrofe o cualquier tipo de desgracia, o sea en cualquier parte del mundo en realidad, ya que una guerra nunca falta. Esta es la historia de mi última foto.

Parece mentira lo inhumanos que nos volvemos, con el tiempo acabas viendo a todas las víctimas como objetivos de la cámara y no como personas, es asqueroso en realidad, pero nunca intervienes, si ves a alguien agonizando ya no lo consuelas como al principio, si no que le tiras unas fotos, e incluso le colocas una mano de forma más dramática para conseguir un mejor efecto en la imagen. Cuando estoy en "campaña", a mi alrededor no hay personas, me inhibo y ni siquiera formo parte del paisaje, solo hago mi trabajo y ya está, me dan igual los tiros, las bombas los niños muertos, las madres llorando, los cadáveres troceados, todo me da igual. Me vuelvo el peor de los hijos de puta, no tomo partido por nadie y nadie me importa, esto hace que cuando vuelvo a casa, las pesadillas no me dejan dormir y mi conciencia que parecía muerta en la guerra vuelve a la vida en casa, y me atormenta, y solo la puedo matar cuando estoy completamente borracho, como voy a estarlo cuando termine de escribir esto.

Era el año 1992, estaba en una guerra olvidada por occidente, no había, ni joyas, ni petróleo, ni ninguna mierda que la hiciese interesante, pero al editor de mi periódico le pareció una gran idea hacer un reportaje diferente a todos los de la competencia, y tras un viaje de tres días, por tierra, mar y aire llegamos a la capital, de lo que en un tiempo había sido un gran país y en ese momento era solo un enorme cementerio en ruinas incendiadas por unos y por otros. Comencé a fotografiar todo, mientras mi compañero y redactor, hacía unas crónicas maravillosas, sobre una guerra que solo veía en su imaginación desde el bar del hotel (único hotel que estaba en pie y que sobrevivía ya que servía de cuartel general de un grupo de mafiosos locales, independientes de toda guerra), del que solo salía para apaciguar su libido con alguna nativa y a echarse alguna siesta, por cierto, hace un año murió de sida. Mientras mi redactor estaba en el bar, yo acompañado de un guía local, un chico de unos veinte años, me recorrí la ciudad de cabo a rabo, debí hacer unas doscientas fotografías en tres días, y a pesar de que algunas eran buenas, ninguna podía reflejar la supuesta gran violencia que asolaba al país, apenas había muertos y combates y claro esto no vendía demasiado. Así que le pedí a mi guía que me llevase a alguna parte en la que la violencia estuviese desmadrada, se negó, pero cuando le dí el equivalente a su sueldo de seis meses (Unas 6000 pesetas), no pudo negarse, me llevó junto al jefe de una especie de compañía de castigo, que se dedicaban a masacrar a población civil de la facción contraria, pero una vez allí este me dijo que tenía ordenado no salir, que había negociaciones en marcha y que si hacían algo que pudiese afectar a estas, ellos serían los masacrados, no lo pude evitar comencé a gritarle a mi guía del que ni siquiera recuerdo el nombre, echándole en cara el dinero que me había costado para nada, le dí un empujón, cuando escuchó la cantidad de dinero de la que hablábamos al jefe le empezaron a brillar los ojos, y me propuso que por ese dinero tendría mi muerto y que sería espectacular, esto lo dijo en un ingles chapucero, yo acepte, y cogieron a mi guia y comenzaron a golpearlo, brutalmente, mientras yo en vez de ayudarlo, solo podía fotografiarlo todo, todo, cuando lo golpearon, cuando le cortaron una oreja, cuando le cortaron la otra cuando le cortaron los genitales, cuando lo decapitaron, y cuando el jefe con la cabeza clavada en la punta de su fusil, sonreía enseñando su dentadura mellada y su cara de satisfacción mientras observaba los billetes que había en el suelo, la foto se llamo "El rostro de la muerte", a mi me valió, una pasta por el reportaje y muchos premios, no volver a trabajar y sentir asco de mi mismo, a mi guia le costó su vida, y al jefe de esa facción 12.000 pesetas, 6000 que le robó a mi guía y 6000 que le pagué cuando me llevó de vuelta a mi hotel. En donde me dejó con mis fantasmas para el resto de mi vida.

martes, 3 de noviembre de 2009

PENAS FLOTANDO EN EL ALCOHOL

Estaba acodado en la barra del bar, maldiciéndome como era costumbre en mi, veía al camarero harto de atenderme, y poco a poco me iba sintiendo borracho, cada copa un poco más. Nunca se lo que he bebido, me parece una ridiculez contar las copas que bebes, y después comentarlo, pero era bastante, lo notaba en lo turbia que se estaba volviendo mi conciencia, en el campo de visión que poco a poco se iba reduciendo y en lo espesa de mi conversación practicamente agotada. En el bar solo quedábamos el camarero y yo, no sabía exactamente que hora era, pero Buenafuente ya llevaba un rato dando la matraca en la tele, y haciendo que el camarero sonriese de vez en cuando. Le dije que me pusiese la última, hacía rato que ya no hablábamos, es muy triste emborracharse solo, pero es lo que tocaba, durante mucho tiempo casi todo lo hacia solo. El encargado, dueño, barman, me sirvió un White Label con hielo, llenando el vaso hasta la mitad, y mostrando una mueca de desprecio, si el supiera, que estaba cumpliendo una misión, Manuel mi mejor amigo estaba desde las diez de la noche retozando con su mujer, esposa, copropietaria del local, y yo, tenía que quedarme, haciendo lo que fuese con tal de entretenerlo, y claro no me iba a pelear, así que me convertí en su cliente, aunque sin intimar demasiado, yo en el fondo, aunque a veces no lo parezca, soy un señor. Que además aprovechaba para intentar ahogar las penas, pero las mías resulta que saben nadar, y encima las muy jodidas, salen a la superficie cuando intento ahogarlas, haciéndose más y más visibles, haciendo daño mucho daño, así que comencé a relajarme, tratando de no escuchar a Buenafuente que en ese momento dialogaba con Berto, la verdad es que cansan un poquito. Así que para divertirme comencé a imaginarme al propietario, garçón, mozo, hostelero, con diferentes tipos de cuernos sobre su cabeza, la imagen aunque no era edificante, resultaba divertida, así que tras imaginármelo, por este orden, con cuernos de toro, de cabra montesa, de cabra, de búfalo, al final decidí que los que mejor le quedaban eran los de jirafa, unos cuernos pequeños como de diseño y aterciopelados. Cuando el reloj de la pared marcó la 1.30 me llamó Manuel al móvil, me dijo que ya venía, que pasaba a recogerme. Al cabo de un par de minutos paró el coche delante del bar y tocó el claxon, me bebí mi copa de un trago, atragantándome y tras un acceso de tos, vomité sobre la barra. La mirada tranquila del amo y señor del establecimiento se volvió furibunda, sus delicados cuernos de jirafa se volvieron cuernos de rinoceronte, y cuando me echó a empujones del bar, sus hasta ahora escuchimizados brazos se volvieron de acero. Cuando ya me iba en el coche de Manuel, me di cuenta de que sobre la barra del bar, me había dejado todas mis penas, sabían nadar en el alcohol, pero no sabían volar. Pobre hombre se ha quedado sus penas y las mías, que Dios le pille confesado.