martes, 3 de noviembre de 2009

PENAS FLOTANDO EN EL ALCOHOL

Estaba acodado en la barra del bar, maldiciéndome como era costumbre en mi, veía al camarero harto de atenderme, y poco a poco me iba sintiendo borracho, cada copa un poco más. Nunca se lo que he bebido, me parece una ridiculez contar las copas que bebes, y después comentarlo, pero era bastante, lo notaba en lo turbia que se estaba volviendo mi conciencia, en el campo de visión que poco a poco se iba reduciendo y en lo espesa de mi conversación practicamente agotada. En el bar solo quedábamos el camarero y yo, no sabía exactamente que hora era, pero Buenafuente ya llevaba un rato dando la matraca en la tele, y haciendo que el camarero sonriese de vez en cuando. Le dije que me pusiese la última, hacía rato que ya no hablábamos, es muy triste emborracharse solo, pero es lo que tocaba, durante mucho tiempo casi todo lo hacia solo. El encargado, dueño, barman, me sirvió un White Label con hielo, llenando el vaso hasta la mitad, y mostrando una mueca de desprecio, si el supiera, que estaba cumpliendo una misión, Manuel mi mejor amigo estaba desde las diez de la noche retozando con su mujer, esposa, copropietaria del local, y yo, tenía que quedarme, haciendo lo que fuese con tal de entretenerlo, y claro no me iba a pelear, así que me convertí en su cliente, aunque sin intimar demasiado, yo en el fondo, aunque a veces no lo parezca, soy un señor. Que además aprovechaba para intentar ahogar las penas, pero las mías resulta que saben nadar, y encima las muy jodidas, salen a la superficie cuando intento ahogarlas, haciéndose más y más visibles, haciendo daño mucho daño, así que comencé a relajarme, tratando de no escuchar a Buenafuente que en ese momento dialogaba con Berto, la verdad es que cansan un poquito. Así que para divertirme comencé a imaginarme al propietario, garçón, mozo, hostelero, con diferentes tipos de cuernos sobre su cabeza, la imagen aunque no era edificante, resultaba divertida, así que tras imaginármelo, por este orden, con cuernos de toro, de cabra montesa, de cabra, de búfalo, al final decidí que los que mejor le quedaban eran los de jirafa, unos cuernos pequeños como de diseño y aterciopelados. Cuando el reloj de la pared marcó la 1.30 me llamó Manuel al móvil, me dijo que ya venía, que pasaba a recogerme. Al cabo de un par de minutos paró el coche delante del bar y tocó el claxon, me bebí mi copa de un trago, atragantándome y tras un acceso de tos, vomité sobre la barra. La mirada tranquila del amo y señor del establecimiento se volvió furibunda, sus delicados cuernos de jirafa se volvieron cuernos de rinoceronte, y cuando me echó a empujones del bar, sus hasta ahora escuchimizados brazos se volvieron de acero. Cuando ya me iba en el coche de Manuel, me di cuenta de que sobre la barra del bar, me había dejado todas mis penas, sabían nadar en el alcohol, pero no sabían volar. Pobre hombre se ha quedado sus penas y las mías, que Dios le pille confesado.

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