sábado, 27 de abril de 2013

TERROR (No apto para menores)


TERROR-


Manuel Villalba era un hombre muy metódico. En la mesa de su oficina, por ejemplo, cada útil se encontraba siempre ubicado en el mismo lugar, ordenado al milímetro, la  grapadora pegada al ordenador, los clips en tres cajas diferentes según sus tamaños, el teléfono siempre con la misma inclinación. En su casa pasaba lo mismo, siempre estaba igual, uno no podía saber si había estado allí recientemente o había estado fuera durante meses; la nevera parecía una sección del ejército Norcoreano, el edredón de su cama colgaba exactamente igual por ambos lados. Siempre estaba todo recogido, todo ordenado, cada armario, cada alacena y cada objeto en el mismo sitio.

 Este gusto exagerado por el orden le había sido inculcado por su madre. La mujer enviudó joven y desde la fatídica fecha en que su marido falleció al ser atropellado por un autobús, mientras cruzaba una calle, completamente borracho, al regresar a su hogar desde una casa de citas en la que solía desfogarse de la amargura que le producía la contemplación de su vida con una mujer que iba de “cuello largo” hasta en la cama y el hijo que cada día se parecía menos a él y más a la bruja que lo engaño con un calor y un cariño que poco a poco se fue disolviendo en un orden cada vez más estricto.

Así que la Viuda de Villalba, como le gustaba ser llamada,  decidió volcarse en su hijo para que éste no cayese en el desorden, tanto moral como material en el que vivía su difunto esposo. Fue tanta la dedicación y el esmero de la Viuda de Villalba en la educación de su hijo que este se convirtió en el paradigma del orden y la limpieza. Teniendo en cuenta que su padre murió cuando el pequeño Manuel contaba seis años, y que a los ocho años ya era un primor en todo lo relacionado con la pulcritud, maneras e higiene, hay que reconocerle el mérito a la antigua Señora de Villalba.

Manuel se hizo médico.

Manuel nunca tuvo novia.

Manuel tuvo su primera relación sexual con una mujer a los 36 años.

Manuel Villalba siempre sacó matrículas de honor, fue el Nº 1 de su promoción, por lo que pudo escoger su destino y como quería un puesto aislado donde pudiese vivir tranquilo y organizar todo a su gusto y a sus maneras,  se convirtió en el médico de la Residencia de Ancianos “ El Egido del Camposanto”. La verdad es que a los ancianos lo del Camposanto les daba algo de miedo pero como los servicios eran excepcionales y además estaban subvencionados, el nombre pronto careció de importancia y las listas de espera se hicieron cada vez más largas. Cuando Manuel se hizo cargo de la salud de los residentes había una lista de espera de unas 100 almas y en la actualidad la lista se aproximaba a las 1.000. Gran parte de la culpa de este aumento en la demanda se debía al trabajo de Manuel, al trato humano que daba a cada paciente y a las mejoras higiénico sanitarias que logró en un tiempo record.  

Los pacientes lo adoraban a pesar de su manía de colocar todo lo que hubiese en la habitación, no podía dejar una prenda sin doblar ni nada fuera de lugar.

La madre de Manuel cogió una extraña enfermedad degenerativa en la que si bien era consciente de todo y mantenía la lucidez que siempre la había caracterizado, sus facultades motrices desaparecieron poco a poco, así como la capacidad de hablar, solo podía emitir sonidos guturales.

Manuel consiguió llevarse a su madre a la residencia y la instaló en el pequeño apartamento que tenía dentro de la misma.

La viuda de Villalba dejó este mundo el mismo día que su hijo cumplió 36 años.

Manuel mismo certificó la muerte de su madre.

Durante la incineración de la viuda de Villalba, el doctor estaba inusualmente nervioso. Todo el mundo pensaba que era debido al profundo dolor que debía sentir al perder a la única persona a la que estaba unido. En realidad solo trataba de disimular la enorme alegría que sentía al ver desaparecer a la maldita bruja, a la que solo le había perdido el miedo cuando la dejo primero sin poder moverse y luego sin poder hablar.

La enfermedad que sufría su querida madre se la había provocado él. Cada vez que le inyectaba su “medicina”, si sentía algo de culpa, para seguir adelante le bastaba recordar la horrible infancia que le había hecho pasar, mientras los demás niños jugaban, el estudiaba o aprendía algo, o limpiaba algo, o recogía algo y siempre haciéndole sentir culpable; por la muerte de su padre, por si algo iba mal en casa, por sacar un 9´50 en vez de un 10. Castrándolo en vida. Maldita zorra nunca le había dado ni un pizca de cariño, lo que si le había dado era una educación y una forma de actuar muy metódica que hacía que no dejase rastro, ni huellas que seguir, además de una enorme paciencia que le permitía esperar el momento preciso e incluso crearlo el mismo.

Cuando terminó la carrera solo quería un sitio donde le dejasen hacer su trabajo a gusto y donde gozase de independencia total para llevarlo a cabo. La residencia era el lugar ideal. Hasta le dejaron seleccionar al resto del personal que iba a trabajar con él.

Cuando se llevó con él a su decrépita madre, sentía la admiración del resto de la gente, el joven doctor dedicado por entero a su trabajo, tratando a cada paciente con una dedicación que rayaba lo exagerado y encima haciéndose cargo de su querida madre.

Le encantaba esta farsa, el hecho de matarla poco a poco mientras la torturaba con pequeñas cosas, como ponerla cara a la pared durante horas, tumbarla y colocar una araña por el cuerpo mientras  veía como el pánico se reflejaba en sus ojos, ponerle un ratón muerto en el plato de la comida y cada vez que le daba una cucharada enseñárselo. Pero como todo lo bueno, esto tenía que acabar, la enfermedad ya estaba muy avanzada y pronto dejaría de comprender. La viuda de Villalba en breve pasaría a un estado vegetativo en el que no podría comprender ni sentir nada.

Lo último que vio la Viuda de Villalba fue a su hijo mientras la violaba, incapaz de moverse ni de gritar.

No es que a Manuel le excitasen los ancianos, ni su madre, lo que a Manuel le excitaba era en este caso la venganza y causar sufrimiento, ver en los ojos de su víctima el dolor, la vergüenza y la sorpresa…

Tras el funeral de su madre, trazó un plan (ya habíamos dicho que era un hombre muy metódico), cuando uno de los inquilinos se encontraba en un estado casi terminal, aunque con sus facultades mentales sino intactas al menos en buen estado, escribía una atenta carta a sus familiares pidiendo permiso para hacerse cargo personalmente de los cuidados de estos pobres infelices, para (esto siempre lo escribía con una sonrisa sádica) poder darle los mismos cuidados que había ofrecido a su difunta madre en sus últimos días.

Una vez que las incautas familias le daban el permiso  maravillados por la infinita bondad del doctor, el enfermo o enferma, era trasladado a su apartamento, en donde aplicaba los mismos cuidados que había ofrecido a su progenitora, si bien perfeccionando la agonía de sus víctimas.

Pronto fue conocido como “El santo de El Egido”.  

Bicos otro día más.