Había una vez, no hace demasiado tiempo, en un lugar bastante cercano, un viejo prematuro escribiendo en un ordenador, intentaba escribir un cuento, para él y para quien quisiese leerlo. No daba con las palabras, quería escribir algo alegre y divertido para variar, pero era incapaz, solo acudían a su cabeza ideas tristes, ideas tan tristes como él, que parecía un alma en pena. A pesar de esto, siguió tecleando y tecleando, intentando dar con la palabras adecuadas que mejorasen el conjunto, pensaba en cosas alegres, de su vida y de los demás, trató de recordar los mejores momentos que había pasado buscando inspiración, pero recordar acontecimientos irrepetibles solo lo deprimía más y más, el cuento se le hacía más cuesta arriba. El siguió improvisando, hasta que en un momento de lucidez pensó en quizás siempre había sido muy feliz y en cierto modo, aún lo era, aunque de forma diferente, el problema estaba solo en su cabeza, incapaz de apreciar su suerte. Se levantó de su ordenador y fue a ver como dormían sus hijos, se quedó un rato mirándolos mientras dormían y sonrió por primera vez en la última hora, dejó de preocuparse y siguió sonriendo. Apagó el ordenador y por fin subió a dormir abrazado a su mujer, consiguiendo por fin estar en el único sitio en el quería estar.
Bicos, mañana igual más.
A veces la brisa que te hiela el corazón, es solo para despertarte.
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