domingo, 5 de agosto de 2012

CINCUENTA Y UNA SOMBRAS DE GRIS

El médico hizo su trabajo, el no lo sabía pero era la penúltima vez, mientras veía el miedo, pavor mejor dicho, reflejado en los ojos de la chica se estremeció, comenzó a recordar, tenía anotadas todas las veces, todos los nombres, todos los lugares en donde fueron raptadas, 575, ésta era la 575, cada dos días más o menos, el jefe de la policía traía una nueva chica, al principio era cada semana, pero ahora el dueño del estado, el gran amo del país se estaba volviendo insaciable.

Recordó la primera vez, recordó como al principio se negó, se opuso, pero cuando entraron en su casa,  golpearon a su mujer y le metieron un pistola en la boca a su bebe, aceptó todo, todo, mejor ellas que su familia.
Aún no se había suicidado porqué la amenaza incluía que si se suicidaba su familia le seguiría tras unos meses de sufrimientos.
Maldijo su invento, y sobre todo haberlo presentado a las autoridades, pero como iba a saber que lo iban a usar para satisfacer los instintos primarios del "Padre de la Revolución". Su invento era un tranquilizante, una vez inyectada la dosis adecuada, la persona permanecía inmovilizada, sentía, oía, veía, pero no podía mover ningún músculo, excepto los párpados, no sabía porqué, pero los sujetos podían parpadear. Lo había creado para evitar problemas durante los traslados y las crisis de los enfermos del psiquiátrico en el que trabajaba, era mejor que cualquier otra cosa, no había efectos secundarios y si se trataba bien a los pacientes, despertaban tranquilos evitando al mismo tiempo cualquier tipo de lesión. Había que dar la dosis adecuada en base al peso del paciente y tenía que mezclar los fármacos con sumo cuidado.
Cuando presentó su creación al comité del Partido Único toda su vida cambió de la noche a la mañana. No lo sabía pero el Gran Hombre gozaba sometiendo a chicas a ser posible muy jóvenes, casi niñas. Cuando no estaba con su mujer, su hombre de confianza, el jefe de la policía del Estado le traía a las muchachas. Después nuestro amo abusaba de ellas, disfrutaba golpeándolas y sometiéndolas a cualquier tipo de vejación, una vez satisfecho, las jóvenes eran eliminadas. Se habían oído rumores, pero el poder del terror evita cualquier denuncia.
Un día, el jefe de policía se presentó en su casa, para ordenarle su nuevo cometido y que sería el único encargado de aplicar el fármaco, además le dijo el motivo y lo que harían con las niñas, no omitió ningún detalle, incluso se recreó en los más sórdidos, mientras se reía mostrando su asquerosa dentadura.
Se negó. Luego vinieron las amenazas, si no hubiese tenido familia, sabía que no lo habría hecho, pero no pudo, no pudo...

Una vez que la droga hizo efecto, le quito las correas y la metió en la habitación contigua, allí estaba el gran hombre, le dijo que la desnudase y la tumbase sobre la cama.

Después, una vez acabado su cometido, volvió a su casa, en la calle estaba su niño se acababa de caer y estaba llorando, la hija de sus vecinos lo estaba levantado. Le dio las gracias a Lee, y con su niño en brazos entró en su casa...

A los tres días le fueron a buscar, el Jefe precisaba de sus servicios. Cuando llegó la chica ya estaba atada y amordazada a la camilla, se acercó y cuando vio que era Lee el mundo se le cayó encima. Pensó con rapidez y decidió dar el paso que tenía que haber dado la primera vez, le habló a Lee con mucho cariño, le dijo que estuviera tranquila, que no le iba a pasar nada, preparó dos dosis. Inyectó su mágico brebaje, la desató y la pasó con la camilla a la habitación. El Dios en la tierra se acercó, entonces nuestro doctor le clavó la segunda dosis en el cuello, el Gran Hombre se derrumbó, seguía vivo, tenía 12 horas antes de que entrase alguien en la habitación, sabía por sus experiencias que los pacientes sentían todo lo que les pasaba, solo que estaban completamente inmovilizados.

Dejó a Lee en su pequeño cuarto, volvió junto al que había sido el amo y señor con un cuchillo y un bisturí, lo hizo muy despacio, no perdió el sentido en ningún momento, al cabo de ocho horas le cosió todas las heridas, y le metió los testículos en la boca.

Cargó con Lee, aún tenían unas horas, el hecho de que el Jefe fuese tan temido además de su miedo a ser grabado en actitudes comprometidas, hacía que la vigilancia en el interior fuese nula. Con su carga bajó al garaje cogió su coche, escondió a Lee en la parte de atrás. Llego a casa, se reunió con su familia y con los padres y hermanos de Lee. Recogieron lo imprescindible y  luego huyeron...

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