lunes, 6 de agosto de 2012

52 SOMBRAS GRISES


Marga estaba harta, necesitaba escapar de la trampa que en cierto modo ella misma había creado, necesitaba meditar, cambiar algo de su rutinaria vida. “Quien te ha visto y Quien te ve” pensaba, mientras se observaba desnuda en el espejo de su habitación, acababa de salir de la ducha,  se miró el vientre, se deprimió un poco, en conjunto no estaba mal, pero la tripa… Interrumpieron sus pensamientos los gritos que daban su marido y los niños, parecía que tenía tres niños en vez de dos. Se vistió deprisa, bajo a la cocina, “hay escenarios de guerra más presentables” pensó.

-          Ni siquiera eres capaz de hacer que desayunen tranquilos.
-          Estaba mirando la mejor ruta para el viaje, ya podían desayunar solos, si no los mimases tanto.

Marga iba a soltar un exabrupto, pero se fijó en los niños y prefirió callarse. Miro a su marido con pena y se puso a recoger migas, nunca veía lo sucio que estaba todo y cada vez hacía menos cosas. Él se iba con los niños a casa de sus padres y no pudo ni hacer las maletas, eso también lo tuvo que hacer ella.

Una vez desayunados, se despidió de los niños con pena y de su marido sin ganas. Iba a estar muy sola, pero por lo menos iba a estar tranquila.

Subió todavía enfadada, aunque poco a poco la nostalgia iba ocupando el hueco del enfado. Se tumbo en la cama, como había cambiado ésta, se acordaba de que al principio parecía que no iban a parar hasta romperla. ¿Dónde estaba la pasión? Seguramente se les perdió entre la rutina. Cada vez le apetecía menos, ¿por qué se estaba volviendo todo tan difícil? Recordaba que al principio todo parecía mágico, pero poco a poco todo se había vuelto una especie de círculo vicioso, bueno vicioso en realidad ya no era, apenas un poco de sexo algún fin de semana, y poco más, había muchos más desencuentros que encuentros y los encuentros aunque eran agradables ya no eran como antes, a veces sentía que en su cama había cuatro personas, su marido, ella y los que imaginaban en el lugar del otro.

Parecía mentira, lo mejor que le había pasado en la vida, su marido y sus niños, y no en ese orden precisamente, hacían que se sintiese vacía, no lo podía evitar, se sentía culpable pero parecía que había tirado los últimos años, por lo menos en lo que a ella se refería. Amaba a sus hijos sobre todas las cosas y no los cambiaría por nada, pero sentía que había dejado de vivir para ella a cambio de vivir para ellos.

Ahora mismo se preguntaba si su vida se iba a limitar a esto, a trabajar como una bestia en casa y fuera, a criar a los niños y a llevar una vida cada vez más aburrida y vacía de pasión con su marido. Los pensamientos iban y venían, recordaba como era al principio y la esperanza volvía a dibujar una sonrisa en su cara pero entonces pensaba que si esos días no habían vuelto no tenían porqué volver, se le hizo un nudo en el estomago y empezó a llorar muy despacio, conteniendo las lágrimas.

Necesitaba un cambio, hacer algo, pero qué, no pensaba en otra relación, aún estaba arrepentida de la boda de su prima a la que fue sola, acabó con un tipo encantador y muy guapo, pero fue un desastre, estaban tan borrachos que el sexo fue imposible, además le quedó marcada una sensación de culpa que de vez en cuando volvía para atormentarla. Si por lo menos hubiese sido un polvazo. Sonrío. “Joder, que asco de vida”.

Se miró en el espejo, hoy no tenía que ir a trabajar, gracias a Dios. Decidió cambiarse y arreglarse, se puso un pantalón corto, muy corto, y la blusa a juego que tan bien le sentaba, quería sentirse atractiva, sentir que la volvían a mirar como hacía tiempo que no la miraban, nada más, darse el gusto de ir a comprar y sentirse guapa otra vez, más guapa que la mayoría.

Salió a la calle y enseguida notó que había acertado, cuando entró en la tienda y sintió las miradas sobre ella, igual se había pasado, se sonrojo un poco, ya ni valía para sentirse guapa.

Al salir con las bolsas, se fijó en un chico alto, que se le había quedado mirando, y tropezó, el se rió y corrió a ayudarla, pero para su mala suerte llegó antes el tendero, que debía estarle mirándole el culo, le ayudó, Marga le dio las gracias y siguió su camino, bastante frustrada y enojada consigo misma, que tonta estaba.

Llamaron al timbre, contesto un “voy” que más parecía un “Lárgate, seas quien seas”.

 Abrió y sí, querido/a lector/ra allí estaba él.

Se le había quedado un paquete en el suelo y el Sr. Antonio, el tendero se lo llevó a casa, imaginándose como un héroe al rescate de su dama. Cuando fue despedido con simple gracias se desinflo, volvió a su tienda algo triste y decepcionado.

A los dos minutos, volvió a sonar el timbre, mientras abría pensando “¿Qué querrá ahora este imbécil?” se quedó muda, cuando vio al chico alto se estremeció, sin decir nada éste la besó. Marga sabía que no debía, que a saber quien era, pero le apetecía tanto que mandó la moral, la conciencia y la seguridad a la mierda. Se dejó llevar, hacía años que no sentía algo así, las tripas le ardían, el corazón latía desbocado, las manos no sabían que desabrochar primero.

Cuando se levantaron del sofá, se volvieron a besar, ahora mucho más despacio, hablaron por primera vez, era todo tan perfecto, se acariciaron y fueron a la cocina a tomar algo, sobre la encimera volvieron a desatarse los sentidos. Pasaron todo el día juntos, sin salir de casa, luego cuando las fuerzas se acabaron, se durmieron juntos abrazados.

Por la mañana se despertó sola, había una nota preciosa, despidiéndose, sin firma y con un final que decía “nos volveremos a ver.”

Sintió una leve decepción, pero era mejor así, lo sabía, se estiró y sonrió, que bien se sentía, solo esperaba que los vecinos no hubiesen escuchado nada. Ahora mismo le daba todo igual…

Cuando volvieron su marido y sus hijos, se sintió feliz, los echaba de menos. Como había cambiado todo en unos pocos días, había decidido darle una nueva oportunidad a su vida, iba a cambiar algunas cosas para ver si podía mejorar o al menos cambiar algo de lo que iba mal. 

El marido de Marga, salió nada más dejar a los niños, había quedado con el chico alto.

-¿Ha ido bien?
- Muy bien
- No se, si esto me alegra o me acabará de arruinar la vida. Espero que esto le devuelva la ilusión. No dijiste ningún nombre ¿verdad? Me dolería que me llamase por tu nombre.
- No te preocupes, hice todo como me dijiste.

Pagó y volvió a casa, miró a Marga a los ojos y vio un brillo que hacía mucho que no veía, igual todo salía bien.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito. Me recuerda a la canción del Ramillete de Violetas de Cecilia.

pradoisdead dijo...

Curioso, no lo había pensado, mola.