lunes, 23 de mayo de 2011

LUJURIA

Tomás siempre había sido un hombre sin grandes deseos, ni grandes expectativas, siempre había sido un tipo medio, se había casado bastante joven y a pesar de los años pasados juntos (casi treinta) o quizás por eso, quería a su mujer como el primer día. A pesar de todo, ahora que los chicos por fin se habían ido, había decidido engañar a su querida esposa, no porque las cosas fuesen mal, al contrario, no porque quisiese a otra, eso era imposible, era porque había algo que su mujer no podía darle…

Hacía unos veinte años, había visto en una película pornográfica, como dos mujeres se acostaban con un hombre, el no solía ver este tipo de cine, pero su mujer había insistido una noche en la que estaban sin niños, la noche había estado bien, pero la idea de hacerlo con dos mujeres había quedado grabada en su mente, y con los años la obsesión en vez ir a menos, había crecido como un cáncer que poco a poco iba devorando el resto de sus pasiones.

Así que por fin se decidió, a sus cincuenta y tres años, él, que nunca había cometido una infidelidad, habló con su mejor amigo, un compañero de la Telefónica que había permanecido soltero y que solía frecuentar casas de citas y para el que el trato con profesionales del sexo no entrañaba ningún misterio, este se quedó perplejo, al principio no daba crédito a que el santurrón de Tomás quisiese acostarse con dos chicas, pero cuando terminó de creerlo, le dijo que se encargaría de todo, que le diese trescientos euros, y que le dijese cuando y donde, además le dio una pastilla de Viagra, ya que a su edad hacerlo con dos chicas sin ayuda iba a ser complicado.

Acordaron que lo haría al cabo de tres días sobre las cuatro de la tarde, ya que su mujer iba a estar fuera, tenía una reunión de trabajo que le llevaría toda la tarde, y el lugar, su casa, aunque le daba un poco de reparo, que mejor sitio que su casa, los vecinos no estaban por las tardes, y no tendría que dejar datos en ningún hotel, cosa que sería imposible para un tímido redomado como él.

Una vez acordados los detalles digamos más técnicos, Tomás solo pidió un par de cosas más, que ninguna de las chicas fuese rubia (nunca le habían gustado demasiado las mujeres rubias), y que fuesen ellas las que llevasen la iniciativa, si tenía que pedir algo o dirigir algo, sabía que no sería capaz.

Por fin llego el día, había estado muy nervioso y la última noche apenas había dormido, menos mal que se había ido a trabajar, si hubiese tenido que pasar el día con su mujer, se lo habría contado todo, estaba arrepintiéndose antes de empezar, pero antes de salir de la oficina, tomó la pastillita azul, dos horas antes como le había explicado su amigo, ahora sabía que no había vuelta atrás.

Llegó a casa, se dio una ducha y se vistió con unos vaqueros y una camiseta, había dudado sobre que vestimenta sería la adecuada para una ocasión así, pero al final se decidió por ser el mismo y estar cómodo.

De repente sintió que su pene comenzaba a ir por libre, cuando sonó el timbre, abrió al tiempo que trataba de acomodarlo, allí estaban, dos mujeres preciosas, quizás demasiado jóvenes para su gusto, ninguna pasaría de los veinticinco años, las una con el pelo castaño y la otra morena con los ojos verdes, una más bien baja con mucho pecho, y la otra un poco más alta, pero con un alo de dulzura, las invito a pasar, subieron a la habitación, se desnudaron entre los tres, entre risas y caricias, Tomás se tumbo boca arriba en su cama para dejar hacer, cuando de repente vio recortada la silueta de su mujer contra la puerta de la habitación.

Trato de incorporarse, pero su mujer mirándolo fijamente, le hizo una seña para que no se moviese y se callase, les dijo a las chicas que le acompañasen fuera, estas recogieron su ropa, y salieron detrás de su mujer completamente turbadas, Tomás se cubrió con la sábana una erección que ahora además de enorme se había vuelto inútil e incomoda, comenzó a llorar…

Al cabo de un par de minutos, las chicas volvieron a la habitación, acompañadas de su mujer, las tres en ropa interior, su mujer traía una sonrisa maliciosa…

Cuando las profesionales se hubieron marchado, hicieron el amor nuevamente con una pasión que ninguno de los dos recordaba, la viagra esta era maravillosa, tendría que pedir más o que se la recetasen.

Tomás miro a su mujer, la beso y dijo.

-Lo siento, tenía que haberte dicho lo de mi obsesión…-Ella le tapó los labios con un dedo de forma suave, haciéndolo callar.

-No te preocupes, si me lo hubieses dicho esto no habría pasado y ha sido maravilloso, a mis años. Lo tenemos que repetir, pero la próxima vez nos traemos un chico…


Besos otro día más.

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