Que miedo, cuatro años son muchos años.
Estaba a punto de lanzar, nos jugábamos la final del campeonato de petanca para mayores de 95 años, estaba muy nervioso, era el último tiro, todo dependía de mí. Cogí fuerza, poco a poco iba sintiendo el peso de la bola, cada vez pesaba más, de repente caímos al suelo, la bola por un lado y yo por otro.
Me levanté, miré a mi alrededor y no había nadie, por no haber no había ni gradas ni nada. El día que era cálido se volvió gris y templado. Me miré instintivamente las manos, ya no tenían manchas ni arrugas, y no tenía ningún achaque, tenía que moverme y comencé a andar, no me dolía nada y me movía con una agilidad que no tenía desde hacía años. Todo era muy raro, pero todo parecía muy bueno.
Necesitaba verme y también ver lo que había a mi alrededor. El paisaje iba cambiando vertiginosamente y lo que eran montañas, se volvía un puerto de mar.
Cerré los ojos y los abrí de nuevo, estaba junto al Náutico de Ribadeo y en la puerta estaba estaba Fátima con una sonrisa de oreja a oreja.
- Hola, eres el último, te estamos esperando. Esta vez han venido todos.
- Es imposible, parece que tengas 20 años.
Me cogió la mano y dijo.
- Aún no te has visto, mira dentro.
Miré y ahí estaban todos mis amigos y conocidos, todos parecían tan jóvenes y tan felices.
- ¿Esto es el cielo?- Pregunté.
- No, es solo el principio. Lo mejor está por llegar.
Abrió la puerta y entramos cogidos de la mano.
Bicos. EEG. Espero que si alguien llega a leer esto le guste.